En los primeros meses del año 1945, hace 70 años, las tropas aliadas liberaron también los campos de concentración que estaban en poder de los alemanes. Allí se asesinó a millones de personas con los métodos más crueles, y la extracción de piedra jugó un papel importante en ese exterminio. Sobre ello queremos hablar hoy aquí.
Desde 1936, Hitler había empezado a planificar los llamadas „edificios del Führer“ en muchas ciudades alemanas. Estas obras tenían que servir para subrayar el poder de los nazis, y la piedra natural debía darles la apariencia de permanentes e invencibles.
Para conseguir el material para estas construcciones, la SS fundó la Organización de los talleres de piedra y tierra alemanas (DEST en sus siglas en alemán), que se encargaba de gestionar canteras y depósitos de arcilla o grava, que situaban cerca de los campos de concentración. Los prisioneros eran obligados a romper piedra o cocinar ladrillos.
Esa explotación tenía lugar bajo el concepto nazi de exterminio mediante el trabajo: los prisioneros realizaban las tareas más duras bajo una alimentación mínima y viviendo en condiciones miserables. A lo que había que añadir el maltrato por parte de sus supervisores.
El horror en estos campos de trabajo se llega a intuir cuando se escuchan los testimonios de los que lo padecieron como, por ejemplo, los internos del campo de Mauhausen: Allí se encontraba la conocida como „subida de la muerte“, que unía la cantera y el campo. Un grupo de internos debía transportar varias veces al día las piedras sobre sus hombros.
Un prisionero del cercano campo de Gusen contaba que tenían que transportar piedras de 50 kg de peso.
La „rampa de la muerte“, en el campo de Mauthausen, se elevaba hasta 38 m y tenía 186 escalones construidos con piedras de distinto tamaño. Subirla requería un esfuerzo sobrehumano, además de que los supervisores obligaban a marchar en filas.
Durante el descenso, los SS y los Kapos se divertían haciendo tropezar al último de la fila, para hacer caer a todo el grupo.
Similares eran las condiciones de los prisioneros del campo de Flossenbürg, donde se extraía granito. En la web del memorial se informa: „Sin ningún de tipo de medidas de seguridad, con ropa inadecuada y bajo todas las condiciones climáticas, tenían que despejar la tierra, volar bloques de granitos, empujar vagones y acarrear piedras. Los accidentes eran frecuentes. La jornada de trabajo era de 12 horas, interrumpidas sólo por cortas pausas en las que se repartía una sopa aguada… Tras finalizar el trabajo, los prisioneros tenían que trasladar los muertos de vuelta al campo de concentración.“
40 años después, el 8 de mayo de 1985, el entonces presidente de la república alemana, Richard von Weizsäcker, presentaba una nueva forma de relacionarse con esa periodo de la historia del país: El día del final de la guerra „fue el día de la liberación de un sistema inhumano bajo la tiranía nazi“, declaró en un discurso frente al parlamento alemán.
En los actos conmemorativos de este año se ha vuelto a recordar el papel de los aliados como liberadores del fascismo, refiriéndose no sólo a los soldados de USA, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética, sino también a los representantes de países como Polonia u Holanda, que estuvieron al servicio de los aliados.
Gedenkstätte Gross-Rosen, Rogoźnica, Polonia
(03.06.2015)